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sábado, 24 de junio de 2023

Enrique VIII de Inglaterra el rey tirano

 



Un monarca que en la mitad de su vida, sufrió un deterioro físico y mental, que lo llevo a mandar ejecutar a dos de sus seis esposas


Enrique VIII nació 29 de junio de1491, fue coronado rey el 22 de abril de 1509. Ha pasado a la historia por ser el monarca que más esposas ha tenido; seis. Romper con la Iglesia Católica Romana y nombrase como cabeza de la Iglesia Anglicana de Inglaterra. Con él se unió Inglaterra con Gales.

Antígeno Kell

¿Como un monarca inteligente y fuerte pudo pasar al deterioro físico y mental? Podría explicarse estos cambios así como los problemas de fertilidad que sufría debido a que podría ser potador del antígeno Kell, una proteína de los glóbulos rojos en la sangre que sólo lo poseen un de cada cinco mil personas.

Una mutación ligado al gen de Kell es el síndrome de McLeod, que explica como Enrique VIII pasó de ser una persona, generosa, fuerte y atlético antes de los cuarenta años a convertirse en un ser paranoico y de gran grosor. De hecho los síntomas neurológicos son; convulsiones, demencia y alteraciones del comportamiento.

Problemas de fertilidad

Una mujer negativa para el antígeno Kell puede tener un hijo sano en el primer embarazo, pero los anticuerpos que genera a partir de ese momento, produce que los fetos posteriores sean atacados por la proteína que lleva en su sangre. Todas sus esposas tuvieron múltiples abortos.

De Catalina de Aragón su primera esposa vivió la primera hija Maria, conocida como María Tudor. De su segunda esposa Ana Bolena vivió Isabel que llego a Reina y de la tercera Ana de Cleves su hijo, Eduardo VI, que murió muy joven siendo siempre muy enfermizo.

Enrique VIII, falleció el 28 de enero de 1547 en el palacio de Whitehall, presumiblemente de sífilis. Dato que se dio a conocer cien años después de su muerte

 

martes, 9 de mayo de 2023

Ptolomeo I, el primer faraón griego de Egipto

 


Amigo y colaborador del monarca macedonio Alejandro Magno, Ptolomeo se hizo con el control de Egipto tras la muerte del conquistador. Proclamado faraón, fundó la primera dinastía griega de Egipto: la de los Lágidas.

 

El destino de Ptolomeo fue uno de los más extraordinarios de la Antigüedad. Educado para llevar la vida habitual de un aristócrata macedonio, se embarcó antes de los 30 años en las fabulosas conquistas de Alejandro Magno por Mesopotamia, Persia y la India, y terminó, a los 64 años, coronado como rey de Egipto y celebrado como Sóter, "salvador".

Otros generales del conquistador macedonio lograron también apoderarse de una parte de su herencia para erigir vastos reinos; pero Ptolomeo fue el que amasó más poder y el único que sorteó los reveses de la fortuna hasta fallecer de muerte natural a una edad avanzada. 

ptolomeo, un noble macedonio

Ptolomeo era hijo de un noble macedonio llamado Lagos (de ahí el nombre de la dinastía Lágida, que él fundó) y de Arsínoe, una dama quizá relacionada con la familia real macedonia. La juventud del futuro faraón transcurrió en la corte macedonia y pronto se contó entre los amigos íntimos del príncipe Alejandro. El padre de éste, el rey Filipo II de Macedonia, recelaba de su popularidad y decidió enviarlo al exilio, pero Alejandro lo trajo de vuelta para que formase parte de su ejército desde el principio de sus campañas contra Persia. Desde entonces, Ptolomeo no se separó del joven conquistador y su protagonismo en la campaña india le hizo ganarse el título de comandante.

Ptolomeo fue uno de los siete guardaespaldas de la guardia privada de Alejandro, una posición que sería decisiva a la muerte del soberano macedonio en el año 323 a.C. En Babilonia, donde los generales de Alejandro se repartieron el imperio, Ptolomeo se hizo con una de las mejores porciones: Egipto. Además, realizó una jugada maestra al apoderarse del cadáver de Alejandro y decidir su entierro en Egipto.

 

Detalle de Alejandro Magno en el mosaico que representa  la batalla de Issos descubierto en la Casa del Fauno en Pompeya.  

Aunque muchas fuentes aseguran que Alejandro deseaba descansar en el oasis de Siwa, adonde se dirigió para consultar el oráculo de Zeus Amón, Ptolomeo hizo llevar el cuerpo del caudillo macedonio hasta Menfis para luego trasladarlo a su mausoleo en Alejandría, el llamado Sema. La posesión del cuerpo de Alejandro lo legitimaba en el trono y convertía el emplazamiento de su tumba en un lugar sagrado.

el sátrapa querido por su pueblo

En un primer momento –como los demás generales sucesores de Alejandro–, Ptolomeo actuó como representante de los herederos legítimos de este: su medio hermano Filipo Arrideo, de 13 años (con las facultades mentales mermadas), y su hijo Alejandro IV (habido con una princesa de Sogdiana, Roxana). Todos los monumentos que Ptolomeo edificó o restauró en Egipto los dedicó a cualquiera de los dos soberanos. Incluso tras el asesinato de Alejandro IV, en 311 a.C., Ptolomeo siguió presentándose durante unos años simplemente como sátrapa o gobernador de Egipto.

Incluso tras el asesinato de Alejandro IV, Ptolomeo siguió presentándose simplemente como sátrapa o gobernador de Egipto.



Una cacería de ciervos representado en uno de los pavimentos de la Casa del rapto de Helena en Pella, la antigua capital de Macedonia.

 

Ello no impedía que fuera enaltecido como virtual soberano del país, según muestra un documento excepcional de este período, la Estela del Sátrapa, un largo texto elaborado aquel mismo año en el que se vierten todo tipo de loas a Ptolomeo: "Había un gran virrey [sátrapa] en Egipto, llamado Ptolomeo. Una persona de energía juvenil, poderoso de brazo, prudente de mente, poderoso entre los hombres, de fiero coraje […] que ataca el rostro de sus enemigos en el combate". También se recuerda el botín que trajo de sus campañas: "Él trajo las imágenes de las divinidades que habían sido encontradas en Asia, así como todos los utensilios sagrados y los libros que pertenecían a los templos de Egipto".

Un faraón de origen griego

Finalmente, en 305 a.C., Ptolomeo se proclamó a sí mismo rey de Egipto. Un año antes, su rival Antígono, otro general de Alejandro, había hecho igual y se había proclamado rey en Siria tras sumar este territorio a sus dominios. Sin duda, Ptolomeo pensaba valerse del prestigio asociado al título de faraón que ahora ostentaba. Pese a su origen griego, Ptolomeo se hizo coronar siguiendo la tradición faraónica y se representó sobre una barca de papiro, capturando a las aves que poblaban las marismas del Delta, en lo que era una metáfora de su dominio sobre el caos y expresión de su deseo de destruir todo mal que acechara a Egipto.

 

Un nuevo dios en el panteón

Para asentar su dominio, Ptolomeo promovió asimismo el culto a una nueva divinidad, Serapis. Su origen es discutido y se mezcla con leyendas como la relatada por Tácito, quien cuenta que tras tener un sueño, el rey ordenó ir en busca de una imagen del dios a Sínope, en el mar Negro. Quizá se trataba de una confusión con el Serapeum de Menfis, donde se rendía culto a una divinidad denominada Osirapis, resultante de la fusión de Osiris y Apis. En cualquier caso, Serapis asumió rasgos de dioses plenamente griegos, como Zeus, Helios, Dioniso, Hades y Asclepio, lo que explica que el culto no echara hondas raíces entre la población egipcia, aunque se expandió notablemente por el resto del mundo mediterráneo.

 Los historiadores discuten si Ptolomeo adoptó también la costumbre de la divinización del faraón. De hecho, los griegos habían divinizado a los héroes fundadores de las ciudades desde antiguo; de ahí que Alejandro Magno recibiera culto como fundador de Alejandría. Algunos autores creen que Ptolomeo ya fue divinizado en vida, como indicaría su sobrenombre: Sóter, que en griego significa "salvador".

https://historia.nationalgeographic.com.es/a/ptolomeo-i-primer-faraon-griego-egipto_7375?utm_source=onesignal&utm_medium=push&utm_campaign=trafico 

jueves, 23 de marzo de 2023

Los jinetes de la estepa - Los Escitas

 

 

Escitas, el pueblo nómada del mundo antiguo

 

Ágiles jinetes y diestros arqueros, tan feroces como valientes, los escitas bebían en los cráneos de sus enemigos y daban muerte a los servidores de sus caudillos para que los acompañaran en el Más Allá. Victoriosos sobre el Imperio persa, en las tumbas de sus reyes el brillo del oro atestigua su pasión por la belleza y el lujo.

El historiador griego Heródoto los kurganes, que demostraron ser las de los relató el vano empeño del rey persa Darío el Grande en someter a su yugo a un misterioso pueblo «de ojos muy azules y cabellos color de fuego», temibles nómadas esteparios que habitaron entre Asia y Europa a partir del siglo VIII a.C. hasta su enigmática desaparición durante el siglo IV a.C. El legendario país de estas gentes, Escitia, era ya citado por Homero como un recóndito lugar, brumoso y de lluvias eternas, en los confines del mundo conocido. Y, en efecto, hasta hace relativamente poco tiempo lo único que sabíamos de los escitas eran las fantásticas noticias de la antigua literatura griega acerca de sus extrañas y sanguinarias costumbres, su lealtad extraordinaria, sus creencias en el más allá y sus opulentos enterramientos


 

Tales historias eran consideradas leyendas de dudosa credibilidad hasta que, a comienzos del siglo XX, los arqueólogos rusos comenzaron a sacar a la luz algunas formidables tumbas, ocultas en túmulos funerarios, los kurganes, que demostraron ser las sepulturas de los reyes escitas. La riqueza de las delicadas joyas que encontraron causó tanta impresión como los cadáveres tatuados de sus reyes, conservados en los hielos perpetuos de las estepas. La leyenda tomaba cuerpo al fin gracias a los hallazgos arqueológicos, que fueron confirmando algunas de las noticias referidas por Heródoto de Halicarnaso en el libro IV de sus memorables Historias.

 

 Los escitas fueron un pueblo nómada de lengua irania y probable origen en las estepas de Asia –entre el mar de Aral y el lago Baikal–, que se asentó en lo que hoy es el sur de la Federación Rusa y Ucrania. Durante aproximadamente un milenio fueron protagonistas de la historia antigua de Oriente Próximo, llegando a invadir Egipto a finales del siglo VII a.C. –tal vez su momento de máximo poder– y siendo mencionados en el recuento de pueblos del Génesis. Sobre su origen expone Heródoto tres teorías. Las dos primeras son historias míticas: en una de ellas se refiere que los escitas provienen de la unión de un tal Targitao, hijo de Zeus, y de la ninfa hija del río Borístenes (el actual Dniéper). Ésta dio a luz tres hijos –Lipoxais, Arpoxais y Colaxais–, de los que procederían las tres razas de los escitas. Según un segundo mito, son del linaje de Heracles. Un monstruo que habitaba cerca del mar Negro, mitad mujer mitad serpiente, chantajeó al héroe para unirse con él con la promesa de restituirle unos rebaños. La mujer serpiente engendró tres hijos de Heracles: Agatirso, Gelono y Escita, y le preguntó al héroe qué debía hacer cuando se hiciesen hombres. Heracles le dio un arco y respondió: «A quien pueda tensarlo, hazlo rey de estas tierras». Fue Escita el que pudo, y él heredó el reino y fundó un pueblo de arqueros famosos.

 La tercera versión que cuenta Heródoto acerca de sus orígenes es algo más verosímil: «Los escitas, dice, eran nómadas que habitaban antaño en Asia. Bajo la presión de los masagetas [otro pueblo asiático de disputada identificación] cruzaron el río Araxes y llegaron a Cimeria». Parece, pues, que su llegada a Europa a través del Cáucaso se debe al empuje de otras tribus nómadas en algún momento de los siglosVIII-VII a.C. Esto concuerda, a grandes rasgos, con las teorías migratorias de los modernos escitólogos, que localizan una oleada de pueblos de las estepas que invadió durante esta época la zona donde la literatura clásica sitúa a los escitas. 

Más allá de estos orígenes míticos, los primeros testimonios históricos de este pueblo se encuentran en un tratado que suscribieron con el reino asirio. Los asirios trabaron relaciones con los escitas, que hostigaban sus fronteras, y lograron aliarse con ellos contra los cimerios y los medos. Pero a finales del siglo VII a.C. los escitas se volvieron contra los asirios y «reinaron sobre Asia devastándolo todo, audaces y sanguinarios, durante veintiocho años», como cuenta Heródoto. Posteriormente, algunas tribus escitas aparecen como aliadas del rey de los medos y del de los lidios. Parece que hacia 670 a.C. regresaron a sus asentamientos al norte del Cáucaso después de sus incursiones por Oriente. Este regreso, y una guerra civil entre los escitas y sus esclavos, que habían tomado el poder y sus mujeres en su ausencia, son narrados también por el historiador griego. Siguió a estos episodios una paz más o menos estable durante una generación. 

 

Por esta misma época los escitas entraron en contacto con los colonos griegos instalados en el mar Negro y establecieron intensas relaciones comerciales y culturales con ciudades como Olbia y Panticapea. El influjo helénico se dejó notar en las artes escitas, y la cultura escita influyó también en el imaginario griego: prueba de ello es la figura legendaria de Anacarsis, el príncipe escita que aparece en la literatura griega conversando con el gran legislador ateniense Solón o con el rey Creso de Lidia, y al que se atribuyen dichos e invenciones ingeniosas.

Pero los escitas consagraron su leyenda de irreductibles cuando, en el año 512 a.C., el soberano persa Darío I decidió conquistarlos tras someter a los tracios que ocupaban los Balcanes. Según la tradición, que transmite Heródoto, «Darío quería tomar venganza de los escitas, pues ellos, primeramente, habían invadido el país de los medos triunfando sobre quienes se les oponían y cometiendo grandes desmanes». Pero más bien puede explicarse porque, en su política de consolidar sus fronteras, Darío no podía olvidarse de los peligrosos escitas, que estaban en el recuerdo de los habitantes del Imperio persa. Las costumbres sanguinarias de los escitas reales, la élite guerrera de este pueblo, aterrorizaban a sus enemigos y su barbarie se hizo proverbial en Grecia y en Oriente.  

 

 
Los nómadas escitas eran jinetes invencibles y diestros arqueros que se adornaban con pieles y cabezas humanas como trofeos. Pero no desconocían la refinada estrategia militar: para poner en jaque al grandioso ejército persa, una maquinaria de guerra formidable, utilizaron el hostigamiento de la lucha de guerrillas y el desgaste a sus enemigos. Cuando Darío cruzó el Danubio para marchar contra ellos no podía imaginar lo que iba a suceder. La técnica que usaron para agotar al ejército persa fue la de dejar tierra quemada por medio: «Ir retirándose poco a poco y a la vez cegar los pozos y las fuentes y no dejar forraje en todo el país». El error del Gran Rey fue seguirles al interior de su país, las heladas y yermas estepas que se extendían desde el Danubio hasta el mar de Azov y el Don (o tal vez hasta el Volga), hasta que el hambre y las inclemencias del tiempo le obligaron a desistir de su empeño. 
 

COSTUMBRES GUERRERAS 

El nomadismo era la característica principal de este pueblo. El padre de la medicina griega, Hipócrates, en su tratado Sobre aires, aguas y lugares, describió el modo de vida nómada de los escitas llamados saurómatas. Éstos pasaban la vida a caballo, incluso las mujeres, a las que se amputaba el pecho derecho de niñas para poder luchar con arco y jabalina a caballo.Vivían agrupados en tribus, moviéndose por las estepas en grandes convoyes formados por carros de cuatro a seis ruedas, que eran arrastrados por bueyes

El clima extremo de su país, ventoso, húmedo y frío, y el sol escaso les daban una constitución, según el escrito atribuido al médico griego, grande, carnosa y lampiña. Su dieta era pobre y monótona, a base de carne hervida, leche de yegua y un queso elaborado con ésta. Por todo ello sufrían a menudo de impotencia y esterilidad, que al parecer era la «enfermedad escita» por excelencia. Esto se achacaba principalmente a su modo de vida sedentario, pues siempre marchaban a caballo o en carro y nunca se desplazaban a pie. Especialmente los hombres, en los que faltaba el deseo sexual por cabalgar tan a menudo. Por ello, dice Hipócrates, los escitas son una raza poco prolífica. 

La guerra era, si debemos creer el testimonio de los antiguos, la especialidad de este pueblo nómada, de casas sobre ruedas, recios corceles y sociedad altamente jerarquizada. Cuidaban el aprendizaje de la equitación y de las artes marciales (en especial el tiro con arco; pero también el combate con hacha y el uso del látigo) como base no sólo de su poderío militar, sino también de su forma de vida. Los arqueros escitas eran muy preciados por los persas y los griegos: Atenas usó mercenarios escitas contra los persas durante las guerras médicas. 


 A estas cabezas luego se les arrancaban las cabelleras, tras efectuar una incisión alrededor de las orejas; así podían llevarlas atadas a la montura, a modo de toallas o cobertores. Utilizaban la piel humana arrancada a sus enemigos para todo tipo de usos: la de la mano derecha para cubrir el carcaj, la del tronco para elaborar estandartes, etc. Pero también cuenta Heródoto que usaban los cráneos de los enemigos especialmente odiados, tras vaciarlos convenientemente, para beber; los escitas más pudientes los recubrían con láminas de oro. Según la colección de cabezas y pieles de cada uno se medía su valor en combate y su prestigio social. De hecho, los jefes celebraban un banquete anual para la comunidad en el que no podían participar aquellos que no hubieran matado a nadie. Éstos quedaban apartados de la bebida en común, sufriendo la peor de las humillaciones. 


 

UN FINAL ENIGMÁTICO 

Tras las guerras con Persia en el siglo VIa.C., los escitas tuvieron un reino estable al norte del mar Negro entre los siglos V y IV a.C., con una potente dinastía real fundada por Ariapites, y sus contactos con las ciudades griegas de la costa se hicieron más fluidos. De esta época datan los impresionantes trabajos en oro que dejaron a la posteridad. 

Tan abundantes fueron los contactos con la cultura griega que uno de los reyes escitas, Esciles, hijo de Ariapites, encontró la muerte por ello. Cuenta de nuevo Heródoto que Esciles era instruido en la lengua y la literatura griegas y que, después de ser coronado, encontraba placer en vestirse a la griega y en rendir culto a los misterios dionisíacos. Los escitas, avergonzados de que su rey tomara parte en las orgías de Dioniso, conspiraron contra él, apoyando a su hermano Octamasades para que, aliado con los tracios, decapitara a Esciles y tomara el poder. 

El poderío de los reyes siguientes fue creciendo hasta que chocaron irremediablemente con otra potencia emergente, la Macedonia de Filipo II, padre de Alejandro Magno. Aunque los escitas fueron derrotados en el año 339 a.C., muriendo en combate su rey Ateas, los macedonios no consiguieron someterlos totalmente. Sin embargo, no mucho después de la muerte de Alejandro, en torno al 300 a.C., el reino escita desapareció súbitamente sin dejar rastro. 

 


 

martes, 19 de agosto de 2014

Ibn Battuta un viajero medieval del mundo islamico



En el año 1325, partió de su Tánger natal (Marruecos) el joven Abu Abdallah Ibn Battuta, este sería el primer viaje de muchas expediciones que realizaría a lo largo de treinta años y que lo llevaría a tierras muy remotas. Desde la china, Indonesia, Mali, Persia, Rusia, Siria, Turquía, Tanzania y países árabes.

Alejandría, El Cairo y el Alto Nilo.

Ibn Battuta bordeó la costa norte de África hasta llegar a Egipto. Allí vio el faro de Alejandría, una de las maravillas del mundo, y que por aquel entonces solo estaba parcialmente destruido.
Del Cairo dijo: “Alcanza el máximo en habitantes y puede enorgullecerse de su esplendor y belleza”, quedó maravillado de sus navíos, jardines, bazares, de los edificios religiosos y de las tradiciones de la ciudad.
A continuación, remontó el Nilo hacía el alto Egipto. Durante el viaje visitó las madrazas, que así se les llamaba a las escuelas corintias, también visitó monasterios a fin de conocer a los hombres piadosos que habitaban en ellos.

Un largo desvió para llegar a La Meca

Su intención era cruzar el mar Rojo a través del desierto, navegar hacia el oeste de Arabia y de allí a Medina y luego a La Meca. Sin embargo, una guerra le cerró el paso y no tuvo más remedio que regresar al Cairo.
Ibn Battuta se dirigió al norte, a Gaza, y de allí a Hebrón, donde se creía que estaban las tumbas de Abraham, Isaac y Jacob. Le sorprendió en Belén la veneración que sentían los cristianos por el lugar de nacimiento del profeta Jesús.
Siguiendo más al norte llegó a Damasco, donde estudió con ilustres ulemas y obtuvo una licencia para enseñar. Esta ciudad le cautivó, por sus grandes maestros, la más grande de las mezquitas “Mezquita de los Omeyas”, sus famosos mercados, joyas, telas, libros y cristalería. De hecho, en Damasco Ibn Battuta contrajo matrimonio, esta mujer sería la primera de muchas.
Se unió a una caravana que se dirigía a La Meca, era una forma de estar protegidos contra cualquier peligro y la aprovechó. Finalmente, llego a La Meca. Hay que decir que esta sería la primera vez de siete que Battuta peregrinaría a esta ciudad a lo largo de su vida. Todos los peregrinos vuelven a casa después de los ritos, pero él decidió partir hacia Bagdad.

A recorrer mundo

Bagdad era la capital del islam por aquel entonces. Los baños públicos dejaron atónito al joven viajero que escribió: “En cada uno de estos baños hay muchas celdas (...) Hay un pilón de mármol con dos canalillos, por uno corre el agua caliente y por el otro el agua fría”. Después de ser recibido por el sultán con todos los honores y recibiendo muchos regalos, un caballo, un vestido ceremonial, camellos y provisiones, se lanzó a la mar en dirección a la costa este de África.
Visitó los puertos de Mogadiscio. Mombasa y Zanzibar para dirigirse a la península arábiga y el golfo Pérsico. Destacó la amabilidad de los somalíes, la costumbre de masticar nuez de betel, los cocotales del Yemen y la pesca de perlas en el golfo pérsico.
Decidió ir a la India, era una ruta complicada, Egipto, siria, Somalia, Anatolia (Hoy Turquía); cruzó el mar negro rodeó la costa norte del mar Caspio y bajo a las actuales, Kazajistán, Uzbekistán, Afganistán y Pakistán.
En la India sirvió como cadí durante ocho años al sultán de Delhi. Conocedor de su alma viajera, lo nombró embajador y lo envió al emperador mongol de la China, Toghan Temur. Muchos navíos mercantes hacían la ruta a China, Battuta no tuvo problema en contratar uno. Un naufragio le impidió cumplir su misión diplomática en la China y decidió ir a las islas Maldiva, donde se puso al servicio de un visir (Funcionario musulmán).

De vuelta a casa, malas noticias

De vuelta a Damasco Ibn Battuta se enteró que un hijo que había dejado allí hacía veinte años, había muerto hacía doce y que su padre que vicia en Tánger también había muerto hacía quince años. Era el año 1348 y la peste negra estaba arrasando todo el Oriente Medio. Corrían la oz de que en El Cairo morían veinticinco mil personas diarias.
Un año más tarde llegó a Marruecos y se encontró con que su madre también había muerto a causa de la peste negra unos meses antes.
Con toda esta vida llena de aventuras por el mundo, se puede pensar que buscaría la tranquilidad del hogar, más si se tiene en cuenta que salió de casa con veintiún años y volvió con cuarenta cinco, pues no, sus ansias de aventuras no se habían saciado y se embarcó al poco tiempo rumbo a España. Estuvo tres años, después de los cuales emprendió su último recorrido a Tombuctu, ciudad del país africano que hoy conocemos como Malí.


miércoles, 6 de agosto de 2014

El Cilindro de Ciro



La dinastía de los aqueménidas se inauguró con Ciro el Grande, hijo de Cambises y de Mandane. Ciro el Grande fue Rey de Persia entre (550-530 a.C.).
Se autoproclamó rey de Persia y rigió un territorio que se extendía desde el río Halys al oeste, hasta el imperio babilónico al sur y al este. Pueblos como Egipto, Lidia, Babilonia y las ciudades estado de Esparta en Grecia viendo como su poder se extendía se unieron para derrotar a Ciro. En 546 a.C. cayó el rey de Lidia y en el 539 a.C. le siguió Babilonia.
Ciro fue un gobernante muy tolerante. Entre sus hazañas más importes se encuentran la liberación de los judíos de su exilio en Babilonia, y efectuó la reconstrucción del Templo de Salomón en Jerusalén. Murió mientras iba a Pasargada, ciudad que era la capital de su imperio y donde aún se encuentra su tumba.

La leyenda de Ciro el Persa

El rey de los medos, Astiajes, tuvo un extraño sueño que le tenía inquieto, los magos de la corte le habían dicho que era una premonición, el hijo de un monarca nacería muy pronto y le arrebataría el reino. La visita de su hija, casada con Cambises, le dio la noticia de su embarazo. Estaba horrorizado éste el niño de sus sueños. Astiajes ordenó a su criado Hárpago que en cuanto naciera el niño lo matara, pero éste no pudo hacerlo y le notificó en la fecha del parto, que el niño había nacido muerto, mostrándoles el hijo de unos campesinos, como si de su nieto se tratara. Los campesinos criaron al niño lejos de la mirada del rey. Siendo muy joven Ciro se cruzó con el rey y éste reconoció el parecido, sacó a la luz la mentira, sin embargo, no le hizo ningún daño, pensó que si los dioses querían que viviera, así sería, es más, lo llevó consigo para darle la educación que merecía.

Contenido del cilindro de Ciro

El cilindro de Ciro, explica toda la conquista babilónica, de una forma histórica y sin jactarse de sus victorias. Precisamente se cree que fue escrito después del año 538 a.C. porque la conquista de Babilonia fue justamente en ese año. Establece una comparación entre los malos, los derrotados y el victorioso Ciro. Restituye varias naciones a sus tierras nativas, esa tolerancia ante las tierras conquistadas, cuando lo normal en esa época era arrasar con todo, como pasó en Jerusalén en 587 a.C. este hecho los hebreos quedaron tan agradecidos que lo consideraban un Mesías.

Descubrimiento del Cilindro

Fue descubierto en 1879 y se encuentra en el Museo Británico en Londres, destino de muchos de los objetos valiosos encontrados en la historia de la arqueología.
El cilindro es de arcilla, mide veintitrés cm de largo y once cm de diámetro, su escritura es cuneiforme en cuarenta líneas, no todos ellas guardan la misma conservación.
El gobierno del Shah Mohammed Reza Pahleví, utilizó el cilindro en un objeto de propaganda, en la celebración en 1971 de los 2.500 años de monarquía Persa. Como parte de los festejos regaló a sus invitados una copia del Cilindro de Ciro, promoviéndola como la primera Carta Magna de los derechos humanos de la historia.
Las Naciones Unidas lo tradujeron a seis idiomas, tal es el valor que tiene en cuanto de derechos humanos.
El imperio Persa fue uno de los pueblos más humanitarios que ha conocido la Antigüedad.