“Recuerdos agridulces o dolientes, imágenes mentales que hacen que nos avergoncemos, aspiraciones abandonadas, relaciones fallidas… Son cosas que poco a poco vamos acumulando y cargamos en nuestras espaldas, y por algún motivo extraño nos negamos a olvidar y hasta sacamos en alguna ocasión por simple masoquismo…” Valeria al desnudo, Elisabet Benavent.
En algunas ocasiones, aparece en las noticias alguna información sobre algún caso de Diógenes extremo, en el que se han encontrado toneladas y toneladas de basura y de objetos totalmente inservibles en el domicilio de algún anciano tras su muerte. La diferencia entre una persona que padece un trastorno de conducta y una persona “sana” es que ante la misma visión de una habitación con basura hasta el techo, la persona afectada por el Síndrome de Diógenes verá su casa completamente normal, mientras que la otra persona comenzará rápidamente su limpieza.
El Síndrome de Diógenes afecta a un porcentaje bajo de la población, aunque a nivel emocional afecta casi a la parte complementaria sin ser consciente de ello. ¿Cuántos de nosotros hemos guardado alguna vez una entrada de cine, un tiquet de una cena o algún recuerdo que compartimos con una persona que lo hacía especial? O sin guardar algo físico: ¿hemos rememorado algún recuerdo placentero —o no— y hemos disfrutado o nos hemos fustigado por ello?
Estos objetos o vivencias, que en principio son insignificantes, los almacenamos poco a poco, y algún día que nos sentimos melancólicos los sacamos y desempolvamos recuerdos. Un primer beso, una primera caricia, la primera ruptura, las primeras lágrimas de amor… Una larga retahíla de emociones y sensaciones que pueden consolarnos o hacernos mucho daño.
En nuestro día a día lo tenemos todo bastante organizado: tallas, agendas, horarios, listas de la compra… Nunca nos quedaríamos una camisa de la talla 38 cuando usamos una 44, no lavaríamos los platos en la bañera y tampoco llenaríamos los cajones de los armarios con bombillas fundidas. En estos temas, aprendemos rápido como funciona, lo que sirve y lo que no.
Si es así… ¿Por qué nos cuesta tanto aplicarlo en otros ámbitos? ¿Por qué es más difícil discriminar aquello importante y lo que no es importante en nuestra vida como hacemos con el correo electrónico? ¿Cómo nos curamos de la tendencia por acapararlo todo en nuestra mente?
De vez en cuando, deberíamos poder limpiar nuestra mente, abrirnos y vaciarnos por completo como los cajones de la cocina o limpiar bajo la alfombra. Un día, sin más, eliminarlo todo: esto no me sirve, esto no me queda bien, esto no me acordaba de que lo tenía, lo rescato…
Y así, sencillamente, deshacernos de todo lo malo, recuperar y guardar lo bueno y tener a mano lo mejor, para que no se nos olvide.
A veces tenemos que aprender a no olvidar. Hay que saber seleccionar los recuerdos y despedirnos de los que no nos resultan útiles y acaban por frenarnos.
Limpia alguna vez tu memoria. Inténtalo. Guarda lo bueno, las enseñanzas de la vida como algo útil y a tener en cuenta y no como dañino, Olvida lo que te causa dolor en el alma, y deja espacio para acumular nuevas experiencias y recuerdos… Así volverás a vivir con intensidad.
“La vida nunca dejará de enseñarte mientras quieras seguir aprendiendo” (Anónimo)
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